Enero 2009

El amor que une

“Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”
                                                                  (1Co,12, 20) 1

¿Alguna vez estuviste en una comunidad viva de cristianos realmente auténticos? ¿Alguna vez asististe a una asamblea entre ellos? ¿Penetraste en su vida? Si es así, habrás notado que se distribuyen muchas funciones entre aquellos que la componen: quien tiene el don de hablar y te comunica realidades espirituales que te tocan el alma; quien tiene el don de ayudar, de asistir, de proveer y te hace maravillar ante los éxitos alcanzados en beneficio de cuantos sufren; quien enseña con tanta sabiduría que te infunde una fuerza muy nueva en la fe que ya posees, quien tiene el arte de organizar, quien de gobernar, quien sabe comprender a aquellos a los que se acerca y es distribuidor de consuelo a los corazones que lo necesitan.
Sí, todo esto lo puedes experimentar, pero sobre todo lo que te impresiona de una comunidad tan viva es el único espíritu que caracteriza a todos y te parece que sientes aletear y hace de esa original sociedad un unum, un solo cuerpo.
Incluso Pablo, y particularmente él, se encontró frente a comunidades cristianas vivísimas, suscitadas justamente por su extraordinaria palabra.
Una de éstas era aquella, joven, de Corinto, en la cual el Espíritu Santo no había sido parco en el difundir sus dones o carismas, como se les dice; es más, en ese tiempo se manifestaban extraordinarios, por la especial vocación que tenía la Iglesia naciente.
Sin embrago, esta comunidad, habiendo hecho la experiencia exaltadora de los distintos dones dados por el Espíritu Santo, había conocido también rivalidades o desórdenes, justamente entre aquellos que habían sido beneficiados. Fue necesario entonces dirigirse a Pablo, que estaba en Éfeso, para obtener aclaraciones.
Pablo no vacila, y responde con una de sus extraordinarias cartas, explicando cómo debían ser usadas estas gracias particulares.
Explica que existe diversidad de carismas, diversidad de ministerios, como el de los apóstoles o de los profetas o de los maestros, pero que uno solo es el Señor del que provienen. Dice que en la comunidad existen operadores de milagros, de curaciones, personas llevadas de modo excepcional a la asistencia, otras al gobierno, como existe quien sabe hablar lenguas, quien las sabe interpretar, pero agrega que uno solo es el Dios en el que se originan.
Y entonces, como los distintos dones son expresiones del mismo Espíritu Santo, que los infunde libremente, no pueden no estar en armonía entre ellos, no pueden no ser complementarios. Éstos no son para el goce personal, no pueden ser motivo de enorgullecimiento o de afirmación de sí mismo, sino que se dan para una finalidad común: construir la comunidad; su finalidad es el servicio. No pueden, por lo tanto, generar rivalidades o confusión.
Pablo, aun pensando en los dones particulares que tenían que ver justamente con la vida de la comunidad, es de la idea de que cada miembro tiene su capacidad, su talento para hacer fructificar para el bien de todos, y cada uno debe estar contento con el propio.
Él presenta a la comunidad como un cuerpo y se pregunta: si el cuerpo fuera todo ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si fuera todo oído, ¿dónde el olfato? En cambio, Dios dispuso los miembros de modo diferente en el cuerpo, como Él quiso. Si todo fuera un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? 2 En cambio: “Hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Si cada uno es diferente, puede ser un don para los demás, y así ser sí mismo y realizar el propio designio de Dios en relación con los otros.
Y Pablo ve en la comunidad, en la que los distintos dones funcionan, una realidad a la que da un espléndido nombre: Cristo. El hecho es que ese original cuerpo que componen los miembros de la comunidad es verdaderamente el Cuerpo de Cristo. En efecto, Cristo sigue viviendo en su Iglesia y la Iglesia es su cuerpo. En el bautismo, de hecho, el Espíritu Santo incorpora a Cristo al creyente, que es inserto en la comunidad. Y allí todos son Cristo, se borra toda división, se supera toda discriminación.
Cuando el cuerpo es uno, los miembros de la comunidad cristiana actúan correctamente su manera de vivir, es decir, realizan entre ellos la unidad, aquella unidad que supone la diversidad, el pluralismo. La comunidad no se asemeja a un bloque de materia inerte sino a un organismo viviente con diversos miembros.
El provocar las divisiones es, para los cristianos, hacer lo contrario a lo que deben.
¿Cómo, vivirás, entonces, esta nueva Palabra que la Escritura te propone?
Hace falta que tengas un gran respeto por las diferentes funciones, por los dones y los talentos de la comunidad cristiana.
Será necesario que dilates el corazón sobre toda la variada riqueza de la Iglesia y no sólo sobre la pequeña Iglesia que frecuentas y te es conocida, como la comunidad parroquial o la asociación cristiana a la que estás ligado, o bien al movimiento eclesial del que eres miembro, sino sobre toda la Iglesia, en sus múltiples formas y expresiones.
Debes sentir tuyo el todo, porque eres parte de este único cuerpo. Y así debes hacer para con cada miembro del cuerpo espiritual. (…)
Por todos debes tener la misma estima, hacer tu parte para que puedan ser útiles a la Iglesia en el mejor de los modos.
(…) Mientras tanto, no desprecies lo que Dios te pide allí donde estás, aunque el trabajo cotidiano te pueda parecer monótono y sin un gran significado: pertenecemos todos a un mismo cuerpo, y, como miembro, cada uno participa de la actividad del cuerpo entero, permaneciendo en el lugar que Dios eligió para él.
Además, lo esencial es que tú poseas ese carisma que, como dice Pablo, supera todos los demás, y es el amor: el amor para con cada hombre que encuentras, el amor para con todos los hombres de la tierra.
Es con el amor, con el amor recíproco, que los muchos miembros pueden ser un solo cuerpo.

Chiara Lubich

Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

1 Esta Palabra de vida fue publicada en enero de 1981
2 Referencia a la 1Co.12, 17-19.

 

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