Las palabras del Evangelio son únicas, fascinantes, escultóricas,
se pueden traducir en vida, son universales, luz para cada hombre.

Viviéndolas cambia la relación con Dios, con los prójimos,
con los enemigos.

Dan su justo lugar a todos los valores, ponen a Dios en el primer lugar en el corazón del hombre.

Confieren promesas extraordinarias:
A quien da, se le dará cien veces más en esta vida y la vida eterna (cfr. Mt 19,29).

El alfabeto tiene poco más de 20 letras, pero el que no las conoce queda analfabeto para toda la vida.
El Evangelio es un libro pequeño, pero los que no viven las palabras contenidas en él, siguen siendo cristianos, podríamos decir, subdesarrollados.
Dan una imagen de la Iglesia que no testimonia a Cristo.

Hoy a los cristianos se les exige una evangelización radical
en su modo de pensar, de amar, de querer, de vivir.

La Palabra de la Sagrada Escritura es una presencia de Dios.
El comunicarse con la Palabra, es decir, el asimilarla y traducirla en vida, nos hace libres, purifica, convierte, trae consuelo, alegría, dona sabiduría, produce obras, descubre vocaciones.

Puede también suscitar el odio del mundo.

La Palabra vivida engendra a Cristo en la propia alma
y en las de los demás.

(De los escritos de Chiara Lubich)

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