Un instrumento en manos del Artista
La primera intuición
. ¡Dios es Amor! La vida cambia
¿Cómo responder al Amor? Hacer Su voluntad
. El Evangelio: cada promesa se verifica      
. En el corazón del Evangelio: "ámense como yo los he amado"
. Una Presencia que trae luz, alegría, amor...
. "Que todos sean uno": para esa página habíamos nacido
. "Quien a ustedes escucha, a mí me escucha"
. Pruebas y frutos
. El vértice del amor, la clave de la unidad
. Otras pequeñas María, para dar al mundo el Amor

. Un instrumento en manos del Artista

Mi testimonio de vida y de fe camina al paso con la fundación y el desarrollo del Movimiento de los Focolares. Quizás es una experiencia singular.
Cuando Dios toma en sus manos a una criatura, para hacer surgir en la Iglesia una Obra Suya, la persona no sabe lo que tiene que hacer. Es un instrumento. Éste, pienso, puede ser mi caso.

 

El Movimiento, que ha nacido, tiene las características de una Obra de Dios: unidad incondicional a la jerarquía de la Iglesia, fecundidad y difusión desproporcionadas a la fuerza y la capacidad humanas, cruces, cruces, cruces, pero también frutos, frutos, abundantes frutos.

Los instrumentos de Dios por lo general tienen una característica: la pequeñez la debilidad. Dice Pablo que "Dios ha elegido aquello que en el mundo es débil...Dios ha elegido...aquello que es nada...para que ningún hombre pueda vanagloriarse delante de Dios" (1 Cor 1,27-29).  Y mientras el instrumento se mueve en las manos de Dios, Él lo transforma con miles y miles de observaciones dolorosas y gozosas. De este modo lo hace cada vez más apto al trabajo que debe desarrollar. Hasta que adquiere una profunda conciencia de sí y una cierta intuición de Dios, y puede decir con competencia: yo soy nada, Dios es todo.

Cuando todo empezó en Trento yo no tenía un programa, no sabía nada. La idea de la Obra estaba en Dios, el proyecto en el Cielo. Así ha sido durante más de 60 años el desarrollo del Movimiento de los Focolares.

. La primera intuición 

Una premisa. Estamos en 1939. Soy invitada a Loreto, a un congreso de estudiantes católicas. Loreto será el punto de partida de mi experiencia espiritual.
Sigo el curso con todas las demás. Pero apenas puedo, en el momento del intervalo, corro a la Casita custodiada en el Santuario. No tengo tiempo de darme cuenta si, históricamente, ese es el ambiente donde según la tradición se hospedó la Sagrada Familia de Nazareth. Me arrodillo al lado del muro ennegrecido por las lámparas. No logro pronunciar palabra, algo nuevo y divino me envuelve, casi me aplasta.

Contemplo con el pensamiento la vida virginal de los tres. María habrá vivido aquí, José habrá atravesado la habitación de acá a allá, Jesús niño, en medio de ellos, habrá conocido durante años este lugar. Los muros habrá transmitido el eco de su vocecita infantil... las lágrimas caen sin control. Así la primera vez. Pero después, en cada intervalo del curso, corro siempre allí. Esa convivencia de vírgenes con Jesús entre ellos tiene un atractivo irresistible.

Es el último día. La Iglesia está repleta de jóvenes. Me pasa una idea clara, que nunca se borrará: "Serás seguida por un escuadrón de vírgenes".

Regresando al Trentino, encuentro a mis compañeros y al párroco. Él me ve feliz y me pregunta: "¿Encontraste tu camino?". "Sí", respondo. "¿El matrimonio?" "No". "¿El convento?". "No". "¿Permanecerás virgen en el mundo?" "No. Es un cuarto camino" concluyo. Pero no sé más.
Pasan 4 años.

Mientras hago un acto de caridad, advierto que Dios me llama a donarme a Él para siempre. Pido permiso a un sacerdote. Lo obtengo. Es el 7 de diciembre de 1943. La alegría interior es inexplicable, secreta, pero contagiosa. Por varios motivos se acercan jóvenes de mi edad. Quieren seguir mi camino.

. ¡Dios es Amor! La vida cambia

1944. Arrecia la guerra también en Trento. Ruinas, destrucción muertos. Los bombardeos continúan y con ellos desaparecen aquellas cosas o personas que constituían los ideales de nuestros jóvenes corazones  Una amaba la casa: fue destruida. Otra esperaba el matrimonio: el novio no volvió más del frente. Mi ideal era el estudio: la guerra me impide frecuentar la universidad.

Cada acontecimiento nos toca profundamente. La elección que Dios nos ofrece con las circunstancias es clara: Todo es vanidad de vanidades. todo pasa. Florece una pregunta: "¿Existirá un ideal que no muera, que ninguna bomba pueda destruir?"

Sí, Dios. En medio de los estragos de la guerra fruto del odio, la luz del carisma nos da una novísima comprensión. Quedamos deslumbradas, como por primera vez, por la verdad sobre Dios: "Dios es Amor" (1 Jn. 4,8); toda circunstancia que nos atañe, ya sea alegre o triste o indiferente, todo nos parece una expresión de Su Amor. Y la alegría y la sorpresa son tan grandes que no esperamos ni un instante para elegirlo a Él, Dios Amor, como el Ideal de nuestra vida. Enseguida comunicamos a quien tenemos al lado -a parientes, a amigos- nuestro gran descubrimiento: "¡Dios es Amor, Dios nos ama, Dios te ama!".

. ¿Cómo responder al Amor? Hacer su voluntad

Nuestros padres se refugian en los valles. Nosotros permanecemos en Trento, quien por trabajo o estudio. Yo para seguir el Movimiento naciente. Nos hospeda un apartamento de pocas habitaciones: lo llamamos "la casita".

Se corre a los refugios de día y de noche. Llevamos con nosotros sólo el Evangelio. Hemos encontrado el Ideal por el cual vivir, Dios. ¿Cómo responder a Su amor?
El Evangelio responde: "No quien dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino aquél que hace la voluntad del Padre mío que está en los cielos" (Mt 7,21). Por lo tanto nada de actitudes pías o de sentimentalismo. Hacer la voluntad de Dios: esto importa. Todos la pueden vivir: ¡he aquí el boleto de entrada de las multitudes a la santidad!

. El Evangelio: cada promesa se verifica

Ya desde hacía tiempo había puesto mis libros en la buhardilla. Con 18 años tenía un único deseo: conocer a Dios. La Filosofía que había amado muchísimo no me había aplacado esta sed. Y, teniendo que empezar la Universidad, había pensado que quizás en un Ateneo católico habría podido encontrar quien me hablara de Dios y me enseñara quién era Él. Por varias circunstancias no me fue posible entrar. Lloré muy adolorida. Pero precisamente en ese momento me pareció sentir en el alma estas palabras: "Seré yo tu Maestro".

Ahora, después de tantos años, puedo afirmar que Quien me hablaba ha permanecido fiel a su promesa. Y lo hizo mandando un don de luz, un carisma del Espíritu Santo que ha iluminado para nosotros todo el Evangelio. Sus palabras nos han parecido fascinantes, lapidarias. Se pueden traducir en vida, son luz para cada hombre que viene a este mundo y por lo tanto universales. Viviéndolas, todo cambia: la relación con Dios, con los prójimos, con los enemigos. Esas palabras dan a cada cosa su justo lugar, también al padre, a la madre, a los hermanos, al propio trabajo... para poner a Dios en el primer lugar del corazón del hombre.

Son extraordinarias las promesas del Evangelio: el céntuplo en esta vida y la vida eterna. ¿Dónde está la piedad con el cuello torcido, la cantilena de oraciones vacías, la fe por costumbre, el Dios inaccesible? No, no, esta no es la religión de Jesús. Él actúa como Dios. Por poco que le das, te colma de dones. Estás sola y te encuentras rodeada por mil madres, mil padres, mil hermanos, hermanas, todo tipo de bienes que distribuyes a quien no tiene. No hay situación humana que no encuentre una respuesta en ese pequeño libro que contiene la palabra de Dios.

Vivimos las frases del Evangelio con sentido completo, una a la vez. Un día leemos: "Ama al prójimo como a ti mismo" (Mt. 19,19). El prójimo. ¿Dónde está el prójimo? Lo encontramos allí a nuestro lado, en todas las personas afectadas por la guerra, heridas, sin ropa, sin casa, hambrientas y sedientas.

"Cualquier cosa que hiciste al más pequeño de mis hermanos, a Mí me la hiciste". Cocinamos grandes ollas de sopa que les llevamos a ellos. A veces los pobres tocan a la puerta de nuestra casa: los invitamos a sentarse junto a nosotros: un pobre y una de nosotros, un pobre y una de nosotras.

El Evangelio asegura: "Pidan y se les dará". Pedimos cualquier cosa para acudir a las múltiples necesidades. Y en plena guerra llegan sacos y sacos de harina, tarros de leche, manzanas, leña, vestidos para los pobres de la ciudad.

Un día encuentro a un pobre: "Dame un par de zapatos No. 42". Paso delante de la Iglesia de Santa Clara. Entro en la iglesita vacía. Hay una lucecita encendida que me dice que aquí está Jesús. Le digo: "Jesús dame un par de zapatos No. 42 para ese pobre".  Salgo de la Iglesia y encuentro una señora con un paquete en la mano. "Chiara, para tus pobres". ¡Es un par de zapatos No. 42!

¡El Evangelio es verdadero! Esta constatación nos hace volar por el camino emprendido hace poco. Queremos que el Evangelio sea la única norma del Movimiento naciente. Por un ulterior empuje del Espíritu, nos comunicamos entre nosotros las experiencias hechas.  Nuestra alegría es grande. Llama la atención en un tiempo tan triste. Las nuevas exultantes experiencias evangélicas pasan de boca en boca, son un pequeño eco de las palabras de los apóstoles: "Cristo ha resucitado. Aquí se dice: ¡Cristo está vivo!".

Entre todas las Palabras - vivimos una al mes - El Carisma subraya en modo especial aquellas que se refieren específicamente al amor evangélico por el prójimo. Un amor siempre nuevo: va dirigido a todos, exigen que cada uno tome la iniciativa, es concreto, reconoce y ama a Jesús en cada prójimo.

. El corazón del Evangelio: "Ámense como yo los he amado"

El refugio que nos acoge no es seguro. Tenemos siempre la muerte delante. Nos urge entonces la pregunta: ¿Existirá una voluntad de Dios que le agrade particularmente? si muriésemos quisiéramos haberla puesto en práctica, al menos en los últimos instantes.

El Evangelio habla de un mandamiento nuevo que Jesús dice que es Suyo: "Este es mi Mandamiento: ¡que se amen los unos a los otros como yo los he amado! Nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por sus propios amigos". (Jn. 15, 12-13). Nos miramos cara a cara -éramos seis, siete muchachas- y nos declaramos: "Yo estoy dispuesta a morir por ti". "Yo estoy dispuesta a morir por ti." Incluso si no se nos pedía la vida física, teníamos que estar siempre dispuestas a morir, en cierto modo, anulándonos espiritualmente ante las hermanas y los hermanos. Para poder entender, amar, compartir todo: los pocos bienes materiales y aquellos espirituales. Es un pacto solemne. Se convertirá en la base sobre la cual se apoya todo el Movimiento.

. Una Presencia que trae luz, alegría, amor...

He aquí que, habiendo puesto en acto el amor recíproco, nuestra vida interior da un salto cualitativo: advertimos una nueva seguridad, una voluntad más decidida, una alegría y una paz nunca antes experimentadas, una plenitud de vida, una abundancia de luz. ¿Cómo es posible? Nos responde el Evangelio: "Donde dos o más están unidos en mi nombre -es decir en Su amor, como dicen los Padres de la Iglesia- yo estoy en medio de ellos" (Mt. 18, 20). ¡Jesús silenciosamente se había introducido, como hermano invisible, en nuestro grupo! No queremos perderlo nunca más.

Más tarde, mucho más tarde, se entenderá: aquí está una reproducción germinal y sui generis de la casita de Nazareth: Una original convivencia de vírgenes y casados, con Jesús en medio de ellos: el focolar. Pero, para tenerlo con nosotros, es necesario estar siempre dispuestas a amar, hasta morir la una por la otra. Jesús está espiritualmente y plenamente presente entre nosotros si estamos unidos así. Desde entonces nos comprometemos a renovar siempre el pacto del amor recíproco, para -como dice Pablo VI- "generar" entre nosotros a Jesús. Es ésta la tensión continua de todos los que viven en el Movimiento.

. "Que todos sean uno": para aquella página habíamos nacido

Con mis nuevas compañeras me encuentro un día en un sótano oscuro, con una candela encendida y el Evangelio en la mano. Lo abro: Encuentro la oración de Jesús antes de morir: "Padre... que todos sean una cosa sola" (Jn. 17,11). Es un texto que no es fácil para muchachas como nosotros, pero aquellas palabras parecen iluminarse una a una y nos dejan en el corazón la convicción de que para aquella página del Evangelio hemos nacido, es decir, para contribuir a la unidad de los hombres con Dios y entre ellos, y realizar así el designio de Dios sobre la humanidad.

Nos reunimos, alrededor de un altar es la fiesta de Cristo Rey. Decimos a Jesús: "Tú sabes cómo se puede realizar la unidad. Henos aquí, Si quieres úsanos". La liturgia de ese día nos fascina: "Pide -dice- y te daré en herencia todas las gentes y en dominio hasta los confines de la tierra" (Sal. 2, 8) Pedimos con fe: Dios es omnipotente.

Jesús había dicho: "Que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea..." (Jn. 17, 21). Cristo está en la unidad de los hermanos y el mundo cree. Así sucedió a nuestro alrededor. Después de pocos meses, alrededor de 500 personas de todas las edades, hombres y mujeres, de todos los estratos sociales, quieren compartir nuestro ideal. Entre nosotros todo lo tenemos en común como en las primeras comunidades cristianas.

. "Quien a ustedes escucha, a mí me escucha"

Una palabra del Evangelio nos impresiona especialmente: "Quien a ustedes escucha a mí me escucha" (Lc. 10, 16). Para ponerla en práctica nos presentamos a nuestro Obispo de Trento, Mons. Carlo De Ferrari. Le exponemos lo que está sucediendo. Estamos dispuestas a perderlo todo, si él lo hubiese querido.

Él escucha, sonríe, dice: "Aquí está la mano de Dios". Su aprobación y la bendición nos acompañarán hasta su muerte. Nos asegura que la luz que seguimos es auténticamente cristiana. Más tarde tendremos también la aprobación de la Iglesia católica, en la persona de varios Papas.

Termina la guerra. Los adherentes al Movimiento pueden moverse por razones de estudio, de trabajo o por exigencias de testimonio: de hecho, son llamados a muchas ciudades y pueblos a narrar lo que han visto y vivido.

Mientras tanto, al lado de los focolares femeninos, que se han multiplicado, nacen los masculinos. Y -la gran novedad- son acogidos en el focolar, en la medida de sus posibilidades, personas casadas sedientas de una donación total.

Del Norte al Sur de Italia silenciosamente florecen comunidades cristianas según el modelo de aquella surgida en Trento. La Iglesia de Roma, con su experiencia y sabiduría, estudia paternalmente el nuevo Movimiento.

. Pruebas y frutos

Felicidad, descubrimientos, gracias, conquistas. Esto es el Evangelio, ciertamente. Pero desde un inicio se entendió que el todo tiene otra cara, que el árbol tiene sus raíces.

El Evangelio te llena de amor, pero exige todo.
"Si alguien quiere venir en pos de mí -dice Jesús- reniéguese a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga" (Lc. 9, 23). Dolor, por lo tanto.
"Si el grano de trigo caído en tierra no muere -continúa Jesús- permanece solo; si en cambio muere, produce mucho fruto" (Jn. 12, 24). Morir, por ende.
"Cada sarmiento que da fruto -sigue Jesús- (el Padre) lo poda para que dé más fruto" (Jn. 15, 2). Todavía dolor.

Y esta Obra ha experimentado el dolor bajo mil formas, como consecuencia del Evangelio vivido, como providencial necesidad para la purificación de sus miembros. Pero con la gracia de Dios, cada uno ha sabido amar el dolor haciendo propias las palabras de Pablo: "No conozco que Cristo y éste crucificado" (1 Cor 2, 2).

. El vértice del amor, la clave de la unidad

¡Jesús crucificado! En una circunstancia supimos que el dolor más grande que Jesús sufrió, el vértice de su amor, ha sido cuando en la cruz experimentó el abandono del Padre: "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado" (Mt. 27,46). Jesús había experimentado en sí la separación de los hombres de Dios y entre ellos. Había sentido al Padre lejos de sí.  Con un ímpetu de generosidad, en el cual seguramente no estaba ausente una ayuda especial de lo Alto, decidimos seguir a Jesús así, amarlo así.

A partir de ese momento me pareció descubrir su rostro por doquier. Lo entreveíamos en los dolores personales y en los de los prójimos, a menudo solos, abandonados, olvidados. Pero también en todas las divisiones, en los traumas, en las fracturas, en la indiferencia reciproca, grande o pequeña: entre las familias, entre las generaciones, entre ricos y pobres, en la misma Iglesia, a veces. Entre las varias Iglesias, entre las religiones y también entre quien cree y quien tiene una convicción diferente.

Pero todas estas laceraciones no nos han asustado: por amor a Él abandonado, nos han atraído. En esa cruz, después de haber lanzado aquél fuerte grito del abandono, había vuelto a poner su espíritu en las manos del Padre. "En tus manos Padre, encomiendo mi espíritu". (Lc. 23, 46). Constatamos que, apenas se le ama en cada dolor, y, como Él, nos abandonamos en el Padre, y seguimos amándolo, haciendo la divina voluntad del momento siguiente, el dolor, si es espiritual, desaparece, si es físico, el yugo se vuelve más ligero. Encontramos a Dios en un modo nuevo, más cara a cara, en una unidad más plena. Regresa la luz y la alegría y con ellas la paz, fruto del Espíritu que es Amor. La unidad rota se recompone.

.  Otras pequeñas María, para dar al mundo el Amor

Un día, en un refugio antiaéreo, bajo un violento bombardeo, tirada en el suelo, cubierta de un polvo denso como el aire, levantándome, casi de milagro, en medio de los gritos de los presentes, tranquila y llena de paz, mientras mi vida corría peligro, experimenté en el alma un profundo dolor: el de no poder recitar más el Ave María. Entonces, no entendí el sentido de esas palabras. Más tarde, cuando se estaba formando el primer grupo de focolarinas, y se estaba componiendo esta Obra, entendí ese lamento.

Quizás estaba en los planes de Dios que se elevara una alabanza a Ella en esta época: este Ave María tenía que estar formado por palabras vivas, por personas que, casi como pequeñas María, dieran al mundo el Amor. He aquí el por qué, por el instinto sobrenatural, hemos titulado el Movimiento: "Obra de María".

Después de esta manifestación de María, por un tiempo, no hemos sabido nada más de Ella. Pensábamos que quería comportarse con nosotros como lo hizo en la Iglesia primitiva: no apareciendo para dejar espacio a Jesús. Se le comparaba con una puerta, la puerta que nos conduce a Cristo, y una puerta -se decía- no es tal si no se abre para dejar pasar.

Sólo más tarde hemos entendido que lo que había sucedido al Movimiento naciente, seguidamente, no podía haber sido sin su influencia, sin su presencia, aun si escondida. De hecho, el nuevo estilo de vida, la "espiritualidad de la unidad", cuyos puntos cardinales el Espíritu Santo iba esculpiendo en nuestros corazones con caracteres de fuego, nos parecieron casi la leche de María que nutría nuestras almas; porque esas verdades, encontradas en el Evangelio y seguidas por nosotros: Dios Amor, la voluntad de Dios, la Palabra, el amor al prójimo, Jesús crucificado y abandonado, la unidad, enlazadas unas a otras nos habrían dado la posibilidad, a través del amor recíproco, de "generar" -así lo expresó Pablo VI- a Jesús entre nosotros: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre -en mi amor, explican los Padres- yo estoy en medio de ellos" (Mt. 18, 20). ¡Jesús presente espiritualmente entre nosotros! el mismo Jesús que físicamente recibió la vida de María.

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