Chiara Lubich habla de ello en una entrevista concedida para la revista Ciudad Nueva a Michele Zanzucchi:

«La primera idea de las ciudadelas, que surgirían después en los 5 continentes, nace en el Trentino, en Tonadico, en el valle de Primiero, donde tuvieron lugar 8 de las primeras diez Mariápolis veraniegas, en el período que va de 1949 a 1959.

Las Mariápolis eran una convivencia de personas de todas las categorías, de todas las edades, hombres y mujeres, de las más variadas vocaciones, que se constituían, durante los meses de las vacaciones, casi como una ciudadela temporal caracterizada por la práctica, por parte de todos su habitantes, del mandamiento ‘nuevo’ de Jesús: ‘Ámense recíprocamente como yo los he amado’ (cfr. Jn. 13, 34), norma central de su enseñanza.

En una de estas Mariápolis, un día, admirando desde una altura la explanada verde del valle, me pareció entender que un día el Señor, habría querido, en algún lugar, una ciudadela similar a la que se estaba desarrollando, pero permanente; y con la fantasía imaginé el valle poblado de casas y casitas.

Pero existe otro momento en el que la idea de la Mariápolis permanente se abrió camino en mi mente.

En Suiza, durante el verano del ’62, mientras admiraba, junto a mis primeras y mis primeros compañeros, la maravillosa abadía de Einsiedeln, rodeada de prados y albergues, entendí que también de nuestra espiritualidad, nueva en la Iglesia, habría surgido una ciudadela, casi como una encarnación de ésta, que habría contenido en sí los principales elementos de una ciudad moderna con casas, iglesia, negocios, campos, las más variadas industrias, escuelas…».

Los distintos nombres de las ciudadelas

«Con el tiempo, estas pequeñas ciudades han recibido varios nombres, que ponen en evidencia sus características. Por el deseo de vivir plenamente el Evangelio, sobre la base del Mandamiento Nuevo, éstas han sido llamadas de varias formas:

Ciudad-Evangelio: quien las visita, debería entender cómo sería el mundo si se viviera el Evangelio.

Ciudad-vida, no porque se vive una vida cualquiera, sino porque, por el amor recíproco, debe resplandecer en medio de ellas Aquél que ha dicho ‘Donde dos o más están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos’ (Mt. 18, 20). Y ¡Él es la Vida!

Ciudad-escuela, porque todo debe ser una escuela de amor: el trabajo, la oración, el estudio, el acoger a los visitantes, el deporte, la forma de mantener las casas, la manera de usar los medios de comunicación, la ecología vivida.

Ciudad sobre el monte, porque, al hospedar personas tan variadas, que conforman un único pueblo unido, porción del pueblo de Dios, ofrecen una luz que debe ser puesta sobre el monte para que todos la puedan ver.

Si bien, hasta ahora, estas ciudadelas están animadas principalmente por motivos espirituales, y se presentan como pequeñas ciudades ‘ideales’, o ‘ciudades celestiales’ –como diría San Agustín- tienen, sin embargo, elementos que hacen prever una maduración, hasta ser posibles modelos de modernas ciudades ‘terrestres’».

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