“Chicas buenas hay demasiadas,
 a mí no me basta:
 ¡Yo quiero hacerme santa”

 

Biografía

¿Quién era Luminosa? Era espontánea, culta, locuaz, libre, exigente y audaz. Su risa alegre, ruidosa, contagiaba las ganas de vivir. Sí, era libre, y el secreto de su libertad estaba en un amor exclusivo y total por Dios, que transformaba su ascética personal en un torrente de luz para los demás. Tal vez por eso Margarita Bavosi se llamó después Luminosa.
Nacida en Buenos Aires, en el seno de una familia acomodada, a los diez años perdió a su madre y, sintiendo el dolor por primera vez en su vida, espontáneamente le pidió a la Virgen que ocupara su lugar. Tal vez no era del todo consciente, pero iba alimentando un anhelo de santidad cada vez mayor. En plena adolescencia, queriendo orientar su vida, va a hablar con un sacerdote y éste le dice: «¡Eres buena chica, no te preocupes!». Al salir le comenta a una amiga: «Chicas buenas hay demasiadas. A mí no me basta. Yo quiero ser santa».
Su encuentro con el carisma de la unidad, que conoció a través de las primeras focolarinas que pisaron suelo argentino, fue la respuesta a este deseo. Desde ese momento se unió a ellas y su vida quedó orientada por la inquietud de ayudar a realizar el Testamento de Jesús: «Que todos sean uno». Dejó todo (comodidades, fiestas, una familia futura, un porvenir brillante) por el tesoro que había encontrado y dedicó su vida a hacer que otros muchos pudieran encontrarlo. Creía firmemente que cualquier persona es “candidata a la unidad”, por eso la relación que establecía con todos era profunda, fraterna.

Sabiendo que la llave de acceso a la unidad plena es Jesús que muere crucificado y abandonado, lo eligió como el todo de su vida. No le faltaron dificultades, dolores, sensaciones de fracaso…, pero era más fuerte la conciencia de que había dado su vida a Dios, poniéndose a disposición de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares.

Cuando ya estaba enferma y con muy pocas fuerzas físicas, ibas a visitarla y siempre encontrabas una sonrisa, una palabra de aliento, un consejo. Un día alguien le pregunta: «Luminosa, ¿cómo se hace para amar a Jesús abandonado estando en estas condiciones?». Respondió inmediatamente y casi bromeando: «Se le ama como se puede, pero se le ama». No es sorprendente, porque la plena aceptación de todo lo que le pasaba como voluntad de Dios, siempre, parece que mantenía su característico sentido del humor.

Tenía 40 años cuando se le manifiestan los síntomas de una enfermedad de difícil diagnóstico. Empieza un largo periodo sometiéndose a diferentes pruebas médicas para hacer todo lo que estaba en sus manos. A los 44 años, en plena madurez, Luminosa ha dejado ya su estela de luz, una luz que es punto de referencia para muchos que se habían encontrado con Dios Amor gracias a ella.

Cuando murió se recogieron muchos testimonios, episodios, anécdotas y una abundantísima correspondencia que fueron material para un libro que lleva su nombre por título. Algo en lo que coincidimos cuántos la hemos conocido es que a su lado te podías sentir la persona más importante del mundo. Para ella eras “única”, te amaba de forma personal, concreta. Sabía escuchar, le interesaba todo, lo compartía, lo vivía. Y cuando se trataba de dar un consejo, Luminosa comunicaba su vida, su experiencia, lo más íntimo, el fruto de esa relación con un Dios hecho Hombre, cuyas palabras intentaba vivir intensamente. Sus ojos claros y luminosos, capaces de disipar los nubarrones que a veces se cernían sobre los demás, eran el reflejo de esa vida interior. La espiritualidad de la unidad era el centro de su ser y, consciente de no ser ella la fuente de la luz, encarnó con tal plenitud la que recibía del carisma de Chiara Lubich, que se transformó en su fiel transmisora.

Inicio de la causa

 

El 4 de enero de 2005 se abrió el proceso diocesano en Madrid, España

«Está el rayo de sol dando en una vidriera… si ella (la vidriera) estuviera limpia y pura del todo, tanto la transformará y la esclarecerá el rayo, que parecerá el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo» (Subida del Monte Carmelo, Libro 2, Capítulo 5)
Me venía a la mente esta metáfora de San Juan de la Cruz cuando volvía del Centro Mariápolis Luminosa el pasado 4 de enero. Aquel día, en una espléndida tarde de invierno, límpida y luminosa, habíamos vivido un momento solemne, definido por algunos como “histórico”, por otros “entrañable” y por otros “religioso”. Había llegado el momento de la apertura diocesana del proceso de canonización de Margarita Bavosi, Luminosa.

La huella que ha dejado Luminosa en las personas que se encontró a lo largo de su vida, su santo viaje, como a ella le gustaba decir, es profunda y viva. Y así se puso de manifiesto aquella tarde. Desde el día anterior habían ido llegando amigos y conocidos de toda España (Andalucía, Galicia, Cataluña, Valencia, País Vasco…), ¡hasta unas 300 personas! Algunos habían trabajado codo a codo con ella en las distintas manifestaciones y actividades de los Focolares, algunos la habían conocido por otros motivos, algunos mantienen vivo su recuerdo, sus consejos, su ejemplo de vida evangélica, pero a todos los unía una sola cosa: dar testimonio con su presencia de la estela de luz dejada por ella. De hecho, cada persona a la que saludabas te contaba un hecho, un gesto, una palabra que expresaban el amor radical y personal de Luminosa, reflejo de la luz de un carisma hecho vida.
El acto jurídico de constitución del tribunal eclesiástico que se va a ocupar del proceso comenzó a las 7 de la tarde. La causa ha sido promovida por el Movimiento de los Focolares en España y aceptada por el Cardenal de Madrid, D. Antonio M. Rouco Varela, quien ha asumido las competencias de la misma, nombrando un tribunal para estudiar la vida, la fe y las virtudes de la sierva de Dios.

El acto lo presidió Mons. Eugenio Romero Pose, Obispo Auxiliar de Madrid y Vicario General de la Archidiócesis, como delegado del Cardenal. En primer lugar intervino el postulador de la causa, D. Carlo Fusco, que trazó una breve pero profunda semblanza de Luminosa, delineando a grandes rasgos su infancia, su adolescencia y su juventud. Hizo hincapié en las sucesivas etapas de su trayectoria espiritual, entresacando de su diario y de las innumerables cartas que escribió “destellos de luz” con los que iluminaba a tantas personas, algunas de ellas presentes en el acto.

Ciertos pasajes de su vida resultan verdaderamente incisivos. Siendo joven, y ante el deseo de orientar su vida, habló con un párroco y éste la animó con un: «¡Eres una buena chica, no te preocupes!», pero ella comentó: «Chicas buenas hay demasiadas, a mí no me basta: ¡Yo quiero hacerme santa!». En otra ocasión, en 1970, estando en Uruguay, escribió en su diario: «En estos días me parece haber sentido una nueva llamada de Dios, fuerte y sutil, en ella he reconocido la voz de mi Esposo que, después de haber convivido con Él todo este tiempo, me decía: “Ahora has comprendido un poco quién soy yo y lo que te espera en mi séquito. ¿Me quieres aún?”. Le he contestado: “Sí, para toda la vida y la eternidad”». En sus últimos días, estando ya muy enferma, aún encontró fuerzas para decirle a su hermano Luis: «No hay que preocuparse... la muerte es como salir de esta habitación y entrar en la otra».

Las palabras conclusivas de D. Eugenio Romero Pose sellaron este evento que alguien ha calificado de “jurídico, religioso y de familia”. Con la gracia del magisterio, D. Eugenio puso de relieve con sencillez y profundidad teológica el significado eclesial del acto que se estaba llevando a cabo: «Y la presentamos desde la Iglesia particular que peregrina en Madrid. La presentamos a la Iglesia Católica, a toda la Iglesia, porque, como se ha descrito en esa sucinta biografía, ha sido alguien que ha encontrado al Señor de la Vida, lo ha seguido y ha dejado su vida para que otros la sigamos, para que otros la sigan. (...) Es un acontecimiento para toda la humanidad, es un acontecimiento eclesial, más aún, es un acontecimiento cósmico, porque la naturaleza tiene un fin bueno, el mejor de los fines: que todo llegará a la recapitulación en Cristo».

Para concluir, condujo a los presentes ante el desafío que Luminosa misma hubiera propuesto, la santidad: «En realidad, decir que uno es santo es decir que ha sido verdaderamente cristiano, no en apariencia, sino en carne, en dichos, en gestos, en vida... Nosotros pedimos a la Iglesia que podamos tenerla como referente (...) Y como miembro de una familia, gracias a un hogar, gracias al focolar, porque un santo no nace sin familia, un santo nace en un focolar para que haya más familia (...) Para que la Iglesia pueda darnos este regalo, también nos pide a nosotros que estemos en sintonía con lo que pedimos, y pedir que seamos santos es pedir el don del Espíritu».

De sus escritos

«Cuando Dios dejó de ser algo y comenzó a ser Alguien en mi vida y descubrí que ese Dios era amor (...) sentí que me cambió totalmente (...) Recuerdo que inmediatamente encontré la relación con cada hermano. Me acuerdo que una vez, a la salida del metro, de golpe desapareció el anonimato. Ya no era una multitud de gente sino que todos esos rostros que yo tenía delante tenían un nombre: eran Jesús para mí» (de una charla a un grupo de adolescentes).


«La vida es una conquista continua, sangre del alma, subir fatigosamente la pendiente hasta la cima. Pero sin lucha no hay victoria. Y los soldados se entrenan en el campo de batalla. Jesús Abandonado es el secreto de la victoria (...) Y tú lo conoces» (de una carta a una joven).

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