Si Cristo es el Verbo encarnado, la Iglesia nos ha parecido, por la gran variedad de carismas que el Espíritu le ha donado, como un Evangelio encarnado.
De hecho, cada familia religiosa, aún viviendo con entereza y radicalidad todo el Evangelio, es en especial la encarnación de una expresión de Jesús, de un hecho de su vida, de uno de sus dolores, de una de sus palabras...

Chiara Lubich

Redescubrir al propio fundador o fundadora, vivir y actualizar el propio carisma en el hoy de la Iglesia, es el impulso a la renovación de las Órdenes e Institutos religiosos impreso por el Concilio Vaticano II. 

Son precisamente éstos los efectos espirituales experimentados por los miembros de varios Institutos de vida consagrada, en profunda sintonía con el espíritu conciliar, cuando han encontrado, desde el nacimiento de los Focolares en los años '40, la espiritualidad de la unidad típica del Movimiento.  La radicalidad de la vida evangélica que redescubren, los lleva también a profundizar la comunión dentro de su propia comunidad y a realizar una profunda comunión entre familias religiosas diversas y entre carismas antiguos y nuevos.

 ¿Cuál es el aporte específico de la espiritualidad de la unidad
 a las otras espiritualidades?

Responde la misma Chiara Lubich, en una intervención suya en la Unión de Superiores Generales (1987): 

"Siendo la unidad la característica de la espiritualidad de los Focolares, el "supremo designio" de Cristo -como dice Pablo VI-, la "síntesis" de sus preceptos, la palabra que resume sus deseos divinos, el "vértice de Evangelio"; y siendo el abandono -medio para actuar la unidad- el ápice del sufrimiento, que Cristo ha ofrecido por nuestra salvación, es evidente que cualquier otra expresión de su doctrina y de su vida se reencuentra, en cierto modo en la unidad y en el abandono.  Es más, es lógico que éstas (es decir las otras espiritualidades) descubran en el testamento de Jesús y en el ápice de su sufrimiento el verdadero sentido de sí mismas.

Y he aquí por qué los numerosos religiosos y religiosas, que desde el nacimiento del Movimiento han mantenido el contacto con el mismo, han descubierto en él no algo que pudiese turbar su espiritualidad, sino por el contrario una luz que la reaviva y les ayuda a comprenderla mejor y han sentido que las dos cosas eran perfectamente compatibles.  La espiritualidad de la unidad sostiene las potencialidades ya presentes en la propia vocación y, al mismo tiempo,  las enriquece con nuevos valores".

 ¿Cuál es el aporte de las otras espiritualidades
 a la espiritualidad de la unidad?

"Cada tanto -escribe Chiara Lubich- a través de una persona o de un libro, o un escrito suyo, Dios nos hace encontrar a un santo.  Poco a poco, parece (que los santos) se acercan a nuestra Obra para animarla, iluminarla, ayudarla".  "Si por una parte somos conscientes de que el carisma de nuestro Movimiento es útil para toda la Iglesia, por otro lado también estamos convencidos de que todos los carismas de la Iglesia nos son útiles para nosotros, hijos de la Iglesia.  Es típico de nuestra espiritualidad el aprender de los santos, hacernos hijos de ellos, para participar de su carisma".
Los santos, con su extraordinaria experiencia de Dios, ayudan al Movimiento naciente, y muestran también la originalidad de esta nueva obra de Dios, mientras que el Movimiento pone en evidencia y valora los carismas de los santos.

Esta comunión entre carismas se pone en evidencia también en la reciente Instrucción pontificia "Volver a partir de Cristo":  "Del encuentro y de la comunión con los carismas de los Movimientos eclesiales puede surgir un enriquecimiento recíproco.  Los movimientos a menudo pueden ofrecer un ejemplo de frescura evangélica y carismática, así como un impulso creativo y generoso de evangelización.  Por su parte los Movimientos pueden aprender mucho del testimonio de la vida consagrada, que custodia múltiples tesoros de sabiduría y experiencia" (n. 30).

El desarrollo

Los miembros de vida consagrada de varios Institutos, que comparten la espiritualidad de los Focolares, han sido reconocidos por el Papa Pablo VI como "adherentes al Movimiento de los Focolares" (Audiencia General - 1971).
Seguidamente la Santa Sede aprobó la participación de los religiosos y las religiosas en la vida del Movimiento, estimulada en varias ocasiones por Juan Pablo II. En 1970 nacen los y las Gen Re (generación nueva de religiosos y religiosas), jóvenes de las diversas familias religiosas que viven la espiritualidad de la unidad.
Para alimentar la comunión entre los miembros de los varios institutos consagrados, han surgido, en varias ciudadelas del Movimiento, Centros internacionales de espiritualidad, ya sea para los religiosos como para las religiosas, y ha nacido la revista "Unidad y Carismas".

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